Sobre la televisión y sus desgracias...

"Que bello es vivir" (1946), de Frank Capra
Este artículo también lo escribí para mi anterior bitácora. Versa sobre el sensacionalismo en los medios de comunicación, muy especialmente en la televisión;

Doña Pereza me la ha vuelto a jugar. Durante 14 días me ha impedido escribir, en el transcurso de dos largas semanas se ha apoderado de mi… menos mal que he logrado huir de ella… que la he conseguido engañar por enésima vez, un rato al menos… y aquí estoy de vuelta, hasta que ella me vuelva a encontrar… hasta que imponga nuevamente su cruel ley, y vuelva a caer en sus sucias garras.

Más de 300 horas de abstinencia bloguera, gastadas principalmente en interminables y noctámbulas sesiones cinéfilas. Y es que además de recordar mis días de vinos y rosas en Alicante, he tenido el placer de compartir estas dos semanas con gente como Kirk Douglas, Gregory Peck, Marilyn Monroe, Dustin Hoffman, Clark Gable o John Wayne. En fin, buena compañía…

Y siendo más prosaico, y como continuación de la entrada anterior, voy a seguir charlataneando sobre la violencia en los medios, la televisión y todo ese circo. Porque si de algo tengo tiempo, es de ver en la televisión “las Noticias”, esos mal llamados telediarios… así que, a estas alturas, ya me sé de memoria como un mafioso le vuela la cabeza a un napolitano en plena calle, o también me conozco al dedillo el relato del psiquiatra “tajao” que descuartiza a una joven enfermera…

Pero, visto lo visto… ¿de verdad hace falta que sepamos todo esto?... Que conozcamos con mil y un detalles todas estas historias, con repeticiones a cámara lenta “de la jugada”, con explicitas descripciones cuanto más truculentas mejor… Como si el asunto fuera demostrar quien es capaz de regodease más en nuestros instintos más básicos, en lo peor de nuestra condición humana…

Lo cierto es que poco queda ya de los añejos “informativos”, que ahora se han reconvertido en verdaderos carruseles centrados en tragedias y masacres… en los que el “Don Vito” de turno, la reencarnación sofisticada de “Jack el destripador” o el “Hannibal Lecter televisivo”, comparten protagonismo con ídolos futbolísticos o con alguna sucedánea de supermodelo.

Pero aquí, a diferencia de las películas, no conocemos a sus alter-egos… no nos presentan a ningún abogado como el Atticus Finch de “Matar a un ruiseñor”, ni a alguien como el “Coronel Dax” de “Senderos de Gloria”, ni tan siquiera a un vecino como el George Baley de “Qué bello es vivir”.

Y con esto quiero decir, que los héroes de película, de película son… pero que el mundo esta lleno de heroes anónimos, que probablemente no salven el mundo en cada acción, pero que quizás... luchan, sudan, lloran, se sacrifican, o miran las estrellas… todo por cumplir un sueño, o por lograr que sus hijos tengan un futuro mejor que el de ellos…

Hace 2.000 años para ver muerte y sangre había que ir al coliseo. Ahora no hace falta salir de casa, tranquilamente, mientras comemos en nuestro salón, a la vez que degustamos un buen pollo frito o unos sabrosos macarrones… podemos disfrutar de una buena sesión de desgracias, penurias, masacres y matanzas ajenas. Y todo esto servido por alguna periodista talentosa y de buen ver. Que más se puede pedir.

En fin, quizás la respuesta está en que el ser humano, como buen amante de lo ajeno, necesita ver la tragedia del “vecino” para darse cuenta de que su propia existencia, al fin y al cabo, no es tan desgraciada.